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Invierno en El Cairo - Parte 2

  • fnmendoz
  • 22 may 2017
  • 4 Min. de lectura

Ella siempre quiso que su primer viaje al extranjero fuese a un destino exótico, lejano y ajeno a la ciudad en la cual ella había vivido toda su vida.

Cuando se dieron las circunstancias necesarias, una intuición le comunicó que Egipto podría ser un magnifico lugar para lanzarse a la aventura. Las pirámides, el desierto, el pasado glorioso de una civilización se fusionaban formando una combinación irresistible para un viaje que prometía ser épico.


Velozmente llego la fecha en la cual ella se vio enfrentada a la puerta del avión que la llevaría a aquella tierra de infinitos misterios. Luego de un extenuante viaje, que la enfrentó a 3 aeropuertos distintos, en lugares distintos, con idiomas distintos y con distintas experiencias, finalmente, llegó al Cairo. Encontró su nombre en un añejo cartel, siendo recibida efusivamente por el chofer llamado Mohamed, quien se puso nervioso instantáneamente por la evidente belleza de la mujer. En un débil español, le daba la bienvenida Egipto, y también, al Cairo, su ciudad natal.


El viaje del aeropuerto internacional al hotel, que quedaba en el centro de la ciudad, tardaría un poco. Era la hora en la cual todos volvían a su casa desde sus trabajos. Cuanto tiempo creía que duraría el trayecto ,le preguntó al chofer, con una despistada curiosidad. Al menos dos horas, respondió él con rapidez. Al llegar a la calle, el bus se introdujo a una marea de ensordecedoras bocinas. Cada auto, cada moto, cada motor que circulaba por ese caos tocaban sus bocinas repetidamente, por absolutamente cualquier motivo. El ruido era agobiante. La multiplicidad de escenas que ella podía ver desde su ventana la confundía. Era demasiada información. Todo era surrealista, casi onírico. Una serie de maniobras inconcebibles por parte de Mohamed – más de una vez pensó que no llegaría viva a su destino – le daban una adrenalina a un cuerpo que estaba exhausto a consecuencia de más de un día de viaje y poco sueño.


Ya llevaban más de dos horas y media en el bus, y finalmente, ella divisa el Nilo. Se le aprieta el pecho. Mohammed apunta hacia un alto edificio blanco que se alzaba por los aires desérticos de esa capital de tráfico apocalíptico. Le dijo que era su hotel, y la calmó diciéndole que ya quedaba poco para llegar a descansar. El viaje estaba casi por terminarse pensaba ella. Que alivio. El auto se mete en una rotonda. El taco en la rotonda se estanca. Nadie se mueve. Pasan los minutos. El bus ya lleva más de media hora sin siquiera moverse un centímetro. Inesperadamente, una serie de voces empiezan a cantar una ronca melodía. Mohamed salta de su asiento como si alguien le hubiese tirado un vaso de agua fría en su cara, o quizás agua caliente. Es la hora del rezo y él se bajó del auto a rezar. Pone su alfombra en el pavimento, tal como algunos otros conductores, y apuntando hacia la misma dirección, rezan. Ella recuerda haber leído algo de los rezos en su guía turística. A la hora del rezo, el imán canta, invocando a los fieles a rezar, sea donde sean que estén. Los más fervientes interrumpen cualquier cosa con tal de rezar. Tal como Mohamed. Los musulmanes rezan cinco veces al día según la posición del sol. El primer rezo, es cuando aparece el primer rayo de luz. El segundo, después del medio día. El tercero, en la tarde. El cuarto, justo después de la puesta de sol. El último, en la noche, cuando la luz desaparece.


Inesperadamente ese nudo de autos, buses, camiones, y gente, de desató, permitiendo al bus salir de esa rotonda, cruzar el río y llegar al hotel. Apenas cuatro minutos tardaron de la rotonda al hotel. Mohamed dice que así es Egipto y es mejor acostumbrarse, porque le podrían tocar muchas situaciones similares o peores a esas.


Finalmente, ella llega a su hotel. Un apoteósico lobby de tres pisos de altura, con pisos de mármol, suntuosas piletas, sillones aterciopelados de muchos colores y gigantescos ventanales que miraban hacia el río y la ciudad, le dieron la bienvenida. Un olor a humo, pero un humo, ligero, dulce, frutal, exhalado por docenas de pipas de agua que se fumaban en uno de los numerosos restaurants del hotel, finalmente terminó por relajarla y hacerla olvidar por inmediato la violencia de la llegada a aquella ciudad. Le dicen que no quedan piezas de su categoría, por la que deben hacerle una mejora. El maletero la guía hasta su pieza. Piso veinte. Es una suite suntuosa. Una gigantesca cama, con sabanas pulcras, suaves y estiradas la invitaban a descansar después de unas intensas cuatro horas en el Cairo. Había una gran bandeja con numerosos dulces árabes y frutas que le recordaron que no comía hace muchísimo tiempo. Un aromático café cargado, hirviendo, humea al lado de esos alimentos. Un balcón le presenta desde las alturas, una imagen cautivante de la vida que se desarrollaba en las calles de la ciudad, en donde la noche ya había llegado. Prende la televisión y ve algo de noticias.


Se levanta sobresaltada. La pieza está muy clara y tiene un presentimiento que se quedó dormida, demasiado dormida. El nivel de cansancio que había sentido la noche anterior fue agobiante. Despertó sobre la cama, con la misma ropa con la cual había llegado. Al apenas apoyar su cabeza en la almohada, con la intención de descansar un poco, se desvaneció en un sueño profundo que no fue interrumpido ni una sola vez durante la noche. Se despierta recuperada y con mucho entusiasmo para empezar su día. 11:37 decía el reloj de su velador. 25 de enero del año 2011. Había puesto la alarma a las ocho de la mañana, pero no la había sentido. Se despierta en aquel insospechado lujo árabe y decide ir a ver con sus propios ojos, ciudad de día. Abre las ventanas y siente ruidos. Ruidos extraños. Murmullos. Se sorprende al ver como manadas humanas se dirigen hacia el centro de la ciudad. Todos caminan hacia la misma dirección. Como zombies



Con el paso de los minutos, las aglomeraciones subían, el ruido aumentaba y el canto de las mezquitas se fusionaba con un murmullo que gradualmente iba creciendo en volumen. La irresistible curiosidad que le causo este curioso fenómeno, la hizo bajar hacia el lobby del hotel. Ella pregunta que pasa, le informan que es una protesta. Pregunta si es normal, y le dicen que no, que nunca habían visto algo semejante. La revolución había empezado y ella no se había dado cuenta.



 
 
 

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