Invierno en El Cairo - Parte 3
- fnmendoz
- 23 may 2017
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Ella vuelve a la pieza número 2004. Hace tiempo que no fuma pero siente unas irresistibles ganas de hacerlo. Pide que le traigan una pipa de agua a su pieza. Se la instalan en la terraza. Se deja caer sobre un cómodo sillón que adorna ese alargado balcón con vista a la ciudad. Se sienta contemplar el espectáculo fumando bocanada tras bocanada de ese relajante humo. El hotel, ubicado en la calle Charles de Gaulle, se alza frente a la ribera oeste del rio Nilo. Un puente conecta la tierra firme con una isla en la mitad del Nilo, en donde está, entre otras cosas, la opera del Cairo, y la estación de metro Sadat. Un segundo puente conecta la mencionada isla con la ribera este del rio, desembocando directamente en la plaza principal del Cairo, llamada Tahrir (en español aquella palabra significa mártir). Punto neurálgico de aquella ciudad de casi 17 millones de personas, se empezaba a concentrar más y más gente con el paso de las horas. Miles de egipcios caminaban juntos enfilando hacia la misma dirección.
Decide bajar a la calle. En la recepción le dicen que es mejor solo asomarse a la vereda, porque ellos no podrían asegurar su integridad física en la eventualidad que ella quisiera cruzar el rio, e ir a ver con sus propios ojos lo que estaba pasando. Sale a la calle y se encuentra con gente, mucha gente caminando hacía el mismo rumbo. Hombres jóvenes, niños, ancianos. Las mujeres, en su mayoría estaban tapadas de pies a cabeza con un sepulcral negro. Habían otras con pañuelos cubriendo sus cabellos. Y otras sin pañuelo. Siente un grupo de personas hablando en su idioma. Se acerca a hablarles. Todos se incomodan por su impactante belleza. Nerviosamente, uno de ellos le cuenta rápidamente que ellos habían llegado temprano esta mañana para unas reuniones de negocios, pero los hechos que ocurrían en esos momentos los hicieron decidir que era mejor quedarse en el hotel.
Pasan las horas y ella vuelve a su pieza. La pipa sigue encendida en el balcón. El río fluye tranquilamente mientras las masas arden. Vuelve a salir al balcón y fuma. Se le pasa la mano un poco. Le gusta como sus pensamientos se pierden gracias al abundante humo. El exceso de humo la marea, la aletarga un poco, pero le agrada. Era un tabaco de manzana verde, muy suave y dulce. Ve la hora y pide algo para comer. Prende la televisión. El mundo se ha dado cuenta de lo que pasa en el Cairo. Muestran millares y millares de personas atestando la plaza que a lo lejos se divisa desde el balcón de su pieza. Hablan de Túnez en la televisión. Paso lo mismo allá hace dos semanas. Recuerda haber visto en la televisión en su casa ,antes de ir a su trabajo, algunas imágenes del suceso. No le prestó demasiada atención. En ese país también comenzaron las protestas inesperadamente. En un par de días, la presión ejercida por las masas se hizo insostenible y el gobierno colapsó. El presidente y su mujer escaparon en un avión de las garras de sus compatriotas. Los rumores cuentan que su mujer, antes de escapar, pasó por el mismísimo Banco Central de Túnez para sacar unos lingotes de oro. Y no solo algunos. Se calcula que se llevó casi la mitad de las reservas de oro que habían en el país, 14 de enero de 2011. El día que tuvieron que correr. Hace solo 11 días.
El día seguía avanzando y las noticias alertaban de que se podría replicar una situación similar en Egipto, un país con un régimen político, económico y social similar al que causaron las protestas en Túnez. Las horas pasaban. Los focos de violencia disminuían en el centro de la ciudad pero la gente seguía llegando por montones. La protesta en su mayoría era pacífica. Pero la cantidad de gente era alarmante, preocupante. Pero a la vez era fascinante, casi adictivo ver lo que pasaba en ese minuto en las calles de la ciudad. Ella estaba pasmada en su terraza viendo como el día se convertía en noche. Y también viendo como las protestas se convertían en una revolución. Esto no duraría un día pensaba ella, la caja de pandora recién se acababa de abrir. La pipa se termina y sin vacilar pide una nueva carga de tabaco de manzana y carbón. Pregunta si hay otros sabores. Pero finalmente mantiene su decisión de fumar más tabaco de manzana verde. Pide cerveza. Llega una deslumbrante bandeja con porciones generosas de hummus, tahini, baba ganoush, aceitunas verdes deshuesadas, distintas salsas como una de yogurt natural que a ella particularmente le gustó, pan pita recién horneado y delicados cortes de humeante cordero. Había olvidado que había pedido algo para comer. Le preguntan si quiere comer en el comedor dentro de su pieza, o en la terraza. Pide que sea en la terraza
Se va la luz. Ese frío viento desértico que corta la cara como si fuese miles de pequeños cuchillos empieza a correr y la entume. La televisión sigue transmitiendo imágenes del Cairo. La gente no tiene ganas de volver a la casa. La decisión es dormir ahí, vivir ahí, quedarse ahí hasta que el presidente renuncie. Hosni Mubarak tiene 82 años y apenas ayer debe haber creído que moriría sentado en su trono. En un par de horas se empezó a desmoronar una ambición que había empezado hace tanto tiempo. Llegó a la presidencia en el año 1981. Era el mes de octubre y se celebraba la parada militar para conmemorar la invasión de Egipto a Israel en la guerra de Yom Kippur. Israel ganó la guerra y el presidente de la época, Anwar al Sadat, accedió a firmar la paz con aquel país. Para muchos fundamentalistas y conservadores religiosos, haber firmado la paz con Israel fue considerado como una traición que debía ser castigada. Por lo tanto, un grupo de soldados, al pasar frente al gobernante, apuntó sus armas hacia él matándolo en el acto. Hosni Mubarak era el Vicepresidente de Egipto, y estaba sentado al lado del presidente. Le llego una bala en su mano, pero sobrevivió. Asumió la presidencia aquel mismo día.
30 años después, la gente se aburrió de lo mismo, y salió a reclamar.

El vicepresidente Hosni Mubarak (izquierda) y el presidente Anwar el Sadat (derecha), ríen tranquilamente minutos antes de ser acribillados por un grupo de soldados en un desfile en el Cairo. Uno moriría y el otro no. (6 de octubre 1981)
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