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126 días

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  • 1 jun 2017
  • 4 Min. de lectura

Me derretía en fiebre dentro de la cama de mis padres. Mi consciencia estaba alteradísima a causa de la alta temperatura que gobernaba mi cuerpo. Hacía mucho calor, y los paños de agua fría no contribuían en nada para aliviar mi condición. Trataba de ver televisión pero no lograba concentrarme. No sabía que lo estaba viendo. Mi mente divagaba y me perdía en el sopor. Trataba de encontrar algún atisbo de razón y no lo hallaba.

Recuerdo ver algo que de pronto llamó mi la atención por lo extraño. Quizás era todo parte del juego mental causado por latemperatura, y en realidad, nada estaba pasando. Veo como transmiten imágenes en directo de una gran casa blanca de dos pisos y con techos planos. Sobre la estructura, numerosos militares invadían la casa y evacuaban a gente. Hay explosiones. Columnas de humo se alzan sobre el cielo por el incendio provocado a causa las detonaciones.


La situación comienza cuando a mediados de diciembre del 1996, el embajador japonés en Perú, realizó una recepción en su casa en un acomodado barrio en Lima, para conmemorar el natalicio del Emperador nipón Akihito. Más de 500 invitados repletaron el lugar, entre ellos, importantísimas autoridades diplomáticas y políticas. Incluso, estaban presentes familiares del Presidente Alberto Fujimori, hijo de inmigrantes japoneses.


Mientras los invitados disfrutaban un exquisito coctel de comida nipona, probablemente rodeados de apoteósicas bandejas de sashimis y nigiris, un comando del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru hizo una rauda entrada hacia la residencia del embajador, tras perforar un hoyo en un muro perimetral. Rápidamente, la fiesta se terminó , y se convirtió, en apenas unos segundos, en un cautiverio.


También conocido por sus siglas MRTA, aquella agrupación fue fundada a mediados de los años 80 con la intención de implementar un estado socialista y revolucionario en Perú. La principal condición establecida para terminar con el cautiverio de los rehenes, era la liberación de centenares de prisioneros del movimiento que languidecían en cárceles peruanas.


Con el paso de los días, y a consecuencia de la presión ejercida por distintos segmentos de la sociedad, el grupo terrorista fue liberando gradualmente a algunos rehenes. Todas las mujeres fueron puestas en libertad, incluyendo a la madre del Presidente de la República - como también - otras personas que no tenían relevancia política o social. El grupo se redujo a menos de un centenar de hombres. Entre ellos estaba el Ministro de Relaciones Exteriores, el Ministro de Agricultura, congresistas de la República, embajadores de una docena de países tales como Austria, Bolivia, Canadá, el embajador japonés, anfitrión de la fiesta, como también, miembros de la Corte Suprema, de las Fuerzas Armadas, policías de alto rango, entre otros.

El mismo día del secuestro, se comenzó a organizar un plan de rescate. Minuciosamente se diseña una operación que tendríacomo objetivo rescatar a la totalidad de los rehenes con vida. Se reclutó a un contingente de soldados de elite para ejecutar la tarea. Se construyó una réplica de la casa del embajador japonés para ensayar, detalle a detalle, cada movimiento necesario para que la misión resultara exitosa. Se logró infiltrar exitosamente cámaras y micrófonos en la residencia para monitorear diariamente a los guerrilleros del MRTA, y así, poder aprender sus rutinas. Cada soldado tenia memorizado su rol, sabía el tiempo exacto que tenía que tomar su determinada labor. Nada fue dejado al azar. Lo más importante era el secreto, nadie debía saber absolutamente nada del plan. Cualquier filtración lanzaría por los suelos el éxito de la operación.


Pasan los días, semanas, e incluso meses. La prensa local e internacional se aposta fuera de la casa por todo este tiempo esperando la resolución del problema. El secuestro va en el día 126. Es el 22 de abril de 1997. Son las tres de la tarde, y como es usual, los guerrilleros juegan futsal dentro la residencia del embajador nipón. Con la frase en clave ¨Mary está enferma¨, se da inicio a la operación bautizada “Chavín de Huantar”. Tres explosiones simultáneas matan a algunos guerrilleros. Posteriormente, el comando de élite invade la casa para realizar el rescate. Solo 17 minutos bastaron para rescatar a 73 de 74 rehenes con vida. Uno muere a consecuencia de una bala que alcanza su pierna, causándole una hemorragia que no se pudo contener a tiempo. Todos los terroristas son abatidos.


El presidente Fujimori visitó la casa luego del rescate. La televisión transmite imágenes del Mandatario caminando dentro de la casa, aún con los cadáveres de los terroristas que solo hace unas horas mantenían absoluto control de aquel lugar. El rescate había sido perfecto, casi cinematográfico. Los peruanos enloquecen por la eficiencia y efectividad de la operación. Los soldados son aclamados como héroes, y también, lo es el presidente. Su popularidad se dispara. El disfruta su triunfo.


Varios años después, viendo televisión, vi esas mismas imágenes y tengo un flashback. Recordé aquel instante en el cual presencié esa transmisión en directo. Una voz que narraba las imágenes cuenta que aquellos acontecimientos ocurrieron en la capital de Perú, y esa casa era donde vivía el embajador japonés.


 
 
 

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