La guerra de egos (2)
- fnmendoz
- 9 ago 2018
- 4 Min. de lectura
“Pido informar al Camarada Stalin que aviones alemanes están bombardeando Sebastopol. Esto es guerra!”
El frente Oriental fue una guerra de egos. Fue un enfrentamiento directo entre dos titánicos egos. Uno de ellos, fue parido en Georgia en el 1878. El segundo ego en cuestión, vería la luz por primera vez, once años más tarde, en Austria. Ambos lo harían en familias humildes. El primero era hijo de un zapatero y una costurera. El otro, de un oficial de aduanas y una dueña de casa. Bajo ninguna circunstancia pensaron estas mujeres, que las criaturas que llevaron por el vientre durante varios meses de sus vidas, serían protagonistas fundamentales de la guerra más grande de la historia de la humanidad.
En su juventud, el georgiano ingresaría al seminario religioso con la intención de convertirse en cura (años después, cuando estaba en el apogeo de su poder, su madre le dijo: mejor hubiese sido que te convirtieras en cura...) Escribía poesía. También, su afinada voz lo convierte en un personaje estelar del coro. Tenía buenas notas, pero, al terminar el año, no da su examen final.
El otro, quería ser artista. Su evidente ausencia de talento resulta en un doble rechazo desde la academia de Bellas Artes de Viena. Como consecuencia, termina convirtiéndose en un vagabundo en aquella ciudad. Sin dinero, se ve obligado a pedir techo en un refugio para personas sin hogar. Un vagabundo que compartió con él revela: Le limpiaron su ropa que estaba atestada de piojos, dado que por días se encontraba vagando sin techo, en una condición absolutamente descuidada.
La primera guerra mundial resultó ser un episodio fundamental y formativo para ambos. Para el georgiano, aquel conflicto trae como resultado la evaporación la monarquía en Rusia, de la cual, Georgia formaba parte. La desaparición del despotismo de los zares, lo catapulta en un tiempo extremadamente breve de tiempo, a convertirlo en una de las figuras políticas más relevantes del país más grande del mundo. A su vez, Para el austriaco, la guerra le entrega una sensación de orgullo y sensación de pertenencia, que quizás y probablemente nunca había sentido en toda existencia. También, le generó una serie de profundos resentimientos y conflictos que luego se cristalizarían en una vil ideología.
Para el año 1924, con la muerte de Lenin, Stalin ya concentraba un considerable control sobre la recién creada Unión Soviética. Mientras tanto, Hitler, yacía en la cárcel tras hacer un fallido golpe de estado en Alemania.
Solo 10 años más tarde, Adolf Hitler llegaba convertirse en Canciller de Alemania, tras haber triunfado en las elecciones realizadas aquel año. Mientras, Stalin, veía con incredulidad y sorpresa a esta enigmática figura que se hacía el control de uno de los países más importantes de Europa.
Jamás imaginaría que él se terminaría convirtiendo en el peor enemigo de su vida.
Para el año 1941, el alguna vez vagabundo y el otrora cantante de coro, eran líderes absolutos e indiscutidos de los dos países con los ejércitos más vastos del mundo. Ambos, encabezaban regímenes centralizados en su persona. Todo giraba en torno a ellos como el sol a los planetas. Cualquiera de sus opiniones o decisiones pesaban más que el resto de todas las opiniones juntas. De todas y de cada una de ellas. Oponerse a “aquella” opinión, podía costar, por lo bajo, la pérdida del cargo, en Alemania. Mientras, contradecir abiertamente a Stalin, podía costar años de torturas. O la propia vida. Y todos eran extremadamente conscientes de lo anterior. En cualquier momento Stalin los podía cazar como gatitos y hacerlos desaparecer.
El 21 de junio de 1941 era el solsticio de verano. El día más largo de todo el año. Ahogada en un calor agobiante, la tensión en el Kremlin de Moscú bordeaba lo insoportable. Varios reportes afirmaban que la invasión de Alemania ocurriría en las próximas horas. Stalin, si bien, sabía que eventualmente la guerra contra Alemania empezaría en algún momento, pensaba que sería para el próximo año.
Pero, los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas revelaban señales perturbadoras, de que el inevitable conflicto estaba mucho más cerca de lo que se pensaba. En primer lugar, una gigantesca concentración de soldados alemanes, ya estaba posicionada en la frontera germano-soviética. Durante días recientes, los soviéticos habían detectado intensos movimientos de armamento y recursos hacia la frontera. Junto con lo anterior, perturbadores mensajes enviados por espías, desertores o aliados políticos, coincidían en afirmar que la guerra empezaría la madrugada del 22, o bien, la del 23. Pero Stalin, no quería creer lo anterior. Por ejemplo, cuando uno de estos informes llega a su escritorio el día 21, él le pide personalmente a sus subalternos si el informante podía ser ejecutado por la desinformación causada por su reporte. Por otra parte, los generales más importantes del ejército soviético, intentaban demostrarle a él que el enfrentamiento era inevitable y casi inminente. Stalin, les decía que todo era una provocación alemana para obligarlo a él a ceder territorios y recursos. Ellos finalmente no atacarían. Era todo un chantaje.
Al igual que Hitler, la madrugada del 22 Stalin fue a descansar a su habitación de su residencia al sur de Moscú. En las primeras horas de la madrugada, reportes de unidades militares soviéticas a lo largo de la frontera reportaban aterrorizadas que los alemanes habían empezado a atacar ciudades con aviones. Otros, informaban que tropas alemanas estaban cortando los alambres de púas de la frontera para cruzarla. Los principales generales del ejército soviético estaban petrificados por el miedo. Por una parte, porque la guerra había iniciado, y segundo, porque uno de ellos debía informar a Stalin de lo que estaba pasando. Nadie quería hacerlo...
Uno de ellos toma la iniciativa y decide llamarlo directamente a su residencia. El operador le contesta. El pide urgentemente hablar con el camarada Stalin. El operador, con una dormilona voz, se niega a pasar la llamada. Stalin, estaba durmiendo. Nadie, nadie, tenía el permiso de despertarlo. Al borde del colapso, el general ordena: despiértenlo inmediatamente! Los alemanes están bombardeando nuestras ciudades.
Del otro lado, solo silencio.
Unos minutos después Stalin toma el teléfono. El general le comunica que la guerra ha empezado y le pide permiso para contraatacar. Por varios minutos hubo silencio.
Del teléfono solo se escuchaba la agitada respiración de Stalin. Por varios minutos no hubo respuesta por parte de él.
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